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Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata. Félix de Azara

Capítulo VII[]

De los insectos[]

1. No es fácil describir puntualmente los insectos, porque sobre ser pequeños y de innumerables especies, obran por lo común ocultamente, o a distancia que no permite observar sus operaciones. Yo por consiguiente, que los he mirado de paso, y que ignoro lo que otros han escrito, diré tal cual cosa de algunos, nombraré a otros, dejando tal vez olvidada la mayor parte.

2. En el Paraguay distinguen dos familias, una de abejas y otra de avispas, y las diferencian, suponiendo que éstas pican y no hacen cera, y que las abejas hacen cera y no pican. Según esto la abeja de España que pica y hace cera, y lo mismo otra americana que he visto, serían un intermedio entre las dos familias. Sea lo que fuere yo ahora reputaré por abejas, a todas las que no saben o no pueden construir los muros exteriores de sus casas, los buscan ya hechos en los agujeros de troncos para hacer sus panales; y llamaré avispas a las que fabrican su habitación interior y exteriormente.

3. He oído de la avispa y de la abeja en España, que en cada panal hay una sola hembra y maestra con una multitud de machos que la fecundan: que el resto de los individuos son neutros o sin sexo y destinados únicamente al trabajo, y que se multiplican las colmenas o familias por los enjambres que salen. Yo ignoro si esto es cierto en Europa, y tampoco sé si así lo practican mis abejas; pero no dudo que nada de lo dicho sucede a mis avispas, sino que todos sus individuos son machos —64→ o hembras a lo ordinario, y que se multiplican los panales por parejas, y no por enjambres.

4. Numeran en el Paraguay hasta siete especies de abejas: la mayor el doble que la de España, y la menor ni la cuarta parte que la mosca común. Ninguna de ellas pica y todas hacen cera y miel. Esta, por lo que yo he visto, tiene la consistencia y el color de almíbar fuerte de azúcar blanca, y yo solía por las tardes desleírla en agua, y la bebía, no solo por su buen gusto, sino también por que tiene la cualidad de refrescar el agua, o de parecerlo. Pero la miel de la especie mayor de abejas, suele participar del gusto de las hojas de las flores que el insecto conduce, y aun mezcla con ella. La miel de otra, llamada cabatatú, da intenso dolor de cabeza y al mismo tiempo emborracha como el aguardiente; y la de otra, ocasiona convulsiones y dolores vehementes, hasta que van cediendo a las treinta horas sin otra mala resulta. Una abeja más cuadrúpeda y algo menor que la de España, no deposita su miel en panales, sino en cantarillas esféricas de cera de seis líneas de diámetro. Llevaron del Tucumán a Buenos Aires, distante 150 leguas, una colmena de esta especie; lo que indica que tal vez esta abeja y otras varias de América, se podrían trasplantar a España. Los indios silvestres comen mucha miel y desliéndola en agua y de jándola fermentar, la beben y se embriagan.

5. En cuanto a la cera, la que he visto es amarillaza, más obscura que la de España, más blanda, y la gastan solo en los templos del campo y de los indios sin saberla blanquear. La que acopia la especie mayor de abejas, es mucho más blanca, y tan consistente, que le mezclan la mitad de sebo los vecinos de Santiago del Estero, los cuales recogen anualmente catorce mil libras en los árboles del Chaco. Si esta especie se domesticase en colmenar, daría una utilidad muy considerable.

6. Nada más puedo decir de aquellas abejas que no pican, porque las he observado poco no siendo fácil hacerlo, viviendo como viven todas, dentro de los grandes y cerrados bosques, las más veces a bastante altura de los árboles. Pero tratándose de cera diré aquí que es mejor, más blanca y consistente la que fabrican unos insectillos en bolitas como perlas, pegándolas —65→ muy juntas en bastante número, a las ramitas del guabiramí, que es una matilla alta de tres a cuatro palmos, la cual da una de las mejores frutas silvestres, arredondeada, menor que una zarza, y de la figura y color que la guacaba.


7. Aunque creo no conocer todas las avispas, indicaré a once especies. Solo una vez he visto un tolondrón pegado y suspenso a un tronco del grueso del brazo: era esférico, de tres palmos de diámetro, y fue menester un hacha para desprenderle y deshacerlo, porque en partes tenía hasta medio palmo de arcilla bien amasada, componiéndose interiormente de panales de cera con buena miel totalmente cubiertos con dicha arcilla. La avispa era de color negruzco, del tamaño de la de España, aunque más cuadrada, y pica menos. Ignoro si se multiplica por enjambres como la abeja de España, aunque lo presumo.

8. Todas las avispas siguientes pican mucho. La más común, naranjada, y bastante mayor que la común de España, fabrica sus panales como ella idénticos, aunque mayores y de la misma madera algo podrida, que de madrugada recoge en bolitas como guisantes, royendo la superficie [de] los maderos secos sin corteza que el rocío de la noche ha [ablandado] 24 un poco. Solo una pareja o dos avispas, principia su panal pegándolo por un pedículo a la viga que sobresale bajo del tejado, o alguna peña: siempre con la advertencia de que esté a cubierto de la lluvia. Comenzada la obra, no la desampara una de ellas, pero no hacen sino más que seis casetillas en las que deposita la hembra un gusanillo, que ignoro con qué le alimentan, porque no acopian miel, ni les llevan arañas ni gusanos: los padres comen frutas suculentas y otras cosas. Cuando vuelan los hijos y pueden ya engendrar, aumentan el único panal alrededor con nuevas casillas, y las llenan de hijos mientras los primeros padres hacen lo mismo en sus primitivas casetillas. Así continúan hasta que siendo el panal algo menor que un plato, se destacan parejas a formar otros algo separados en la inmediación, y en llenándose de ellos el lugar adecuado, le buscan lejos. Siempre están de guardia en el panal la mitad de las avispas, mientras las demás buscan lo que han menester.—66→

9. Infiero de lo dicho, que en el panal de esta avispa no hay maestra o jefe que mande ni dirija: que todos los individuos son fecundos; que cada pareja cuida solo del producto de su común particular reducido a seis hijos, poco más o menos, y que cuando el panal es ya tan grande que se incomodan unas a otras, buscan25 otros lugares donde fundar nuevas repúblicas. Todo esto creo que se verifica en las demás avispas sociables, incluso la de España.

10. Otra avispa más pequeña, negrizca con pintas amarillas, busca mayor resguardo; pues no solo hace su panal más abrigado del tejado o de lo más tupido de alguna parra, sino aun con preferencia en el techo de lo interior de un cuarto, si encuentra en el tejado un resquicio por donde entrar. Lo hace de la misma materia y lo pega a una viga o tijera por un pedículo, principiándolo solas dos, según dicen porque no se lo he visto principiar. El panal, exteriormente, tiene la figura de un gorro alto palmo y medio, y ancho dos en lo inferior. Sirve este para abrigar y cubrir los redondeles de las celdillas de criar, que son pequeños en el fondo del gorro que es la parte alta y van ensanchando puestos unos bajo de otros horizontalmente sin tocarse y pegados a lo interior del gorro. Este nunca se cierra por debajo, por donde con mucha celeridad van añadiendo más panales, aumentando la prole, sin hacer miel, y sin que yo sepa con qué la alimentan. Cada avispero de estos tiene más individuos en mi juicio, que cuatrocientos de la precedente; y en cuanto a lo demás, me figuro que son idénticas en lo dicho en el núm. 9 aunque no lo aseguro.

11. Otra he encontrado al resguardo de alguna peña, y nunca en las casas ni cerca de ellas. Su panal es mucho más estrecho que el de la anterior, aunque construido de la misma materia, con muchos redondeles o panes horizontales sin miel y cubiertos de una costra o gorro. Me aseguran que solas dos principian la obra, y esto basta para que yo crea de esta avispa todo lo dicho de la primera en el núm. 9.

12. No hice reparo de cómo se multiplica, ni donde cría otra avispa común y negrizca del tamaño de la común en España: —67→ no puedo por consiguiente asegurar si es sociable, como las precedentes. Mi vecino empapeló las uvas de su parra, y las libertó un año: hizo lo mismo el siguiente, pero la avispa agujereando los papeles no le dejó una uva.

13. Otras dos avispas, llamadas lechiguaná y camoatí, hacen panales algo parecidos a los del número 10 y del propio material. La primera le suspende de las ramitas de algún arbusto a la orilla del bosque, y la segunda de alguna mata grande de paja en campo libre o cañada. La costra que encierra y cubre los panales de la lechiguaná, es mucho más dura que en la otra y tiene además por fuera bastantes desigualdades muy reparables, de las que carece la del camoatí. Las dos son muy fecundas como que sus gorros de panales llegan a tener media vara de diámetro, y más de altura, con miel abundante, buena y más consistente que la de aquella abeja; no acopian cera, y en cuanto a lo demás, creo de ellas lo dicho en el número 9.

14. Las avispas precedentes son sociables o viven muchas juntas, pero las cuatro siguientes al contrario, son solitarias. Por lo menos yo no he notado jamás que se reúnan dos de su especie ni de otra.

15. La primera es negra con algunas manchas amarillas vivas: tiene el cuerpo como dividido en dos, por una cintura larga muy delgada, y me parece haber visto una en un mesón de Andalucía. Cría en los cuartos, aunque duerme fuera, trae en la boca una bolita de barro como un guisante, y la extiende en lo alto del marco de la puerta o ventana, o en alguna viga o tijera del techo. Luego, con más bolitas, forma encima un canuto largo como pulgada y media con estuco o barniz por dentro y depositando al hijo en el fondo, conduce del campo una a una arañas muertas a picotazos hasta llenar totalmente de ellas el canuto cerrándolo con barro. En seguida hace otro canuto al lado, otro encima, y en fin hasta cuatro o cinco. Cuando finaliza el último, ya el primer avispillo se halla en estado de volar y parece que la madre le escucha y le abre la puerta por donde se va al instante para no volver más. Suele servir el mismo —68→ canuto para nuevo hijo. En mi cuarto del Paraguay nunca faltó en verano una de estas avispas, y observé al deshacer los canutillos, que habían perecido los avispillos siempre que alguna de las arañas se había podrido, o que había principiado a hacer su tela por no estar bien muerta o envenenada. Suelen los muchachos matar a la avispa; y cortándola por la cintura toman la mitad postrera y la aplican con disimulo a otro muchacho para chasquearle, porque aun así pica.

16. La segunda es naranjada, la mayor de todas y más del doble que la común de España. Busca los corredores o lugares cubiertos de la lluvia en las casas campestres, donde haya un suelo de polvo y tierra no muy dura, allí escarba prontamente con las manos todo alrededor un espacio como de un palmo, profundizando dos dedos apartando con la boca las piedrecitas, si las encuentra, dispone en el medio una canal u hondura larguita y marcha luego al campo, de allí trae arrastrando, caminando para atrás, una araña mayor que una avellana con cáscara, muerta a picotazos, y la deposita en dicha canal, de modo que descansando en los bordes, no llegue a tocar en el fondo. Inmediatamente le pega el avispillo en la parte más baja, y lo cubre todo con la tierra que antes había escarbado hasta emparejar el suelo, y se marcha para no volver más. Yo encontré otra avispa con su araña arrastrando, y la seguí hasta su depósito distante 163 pasos, sin contar los que ya antes habría caminado. La dejó alguna vez y caminó un poco, como si se asegurase de la derrota. Esta se hallaba toda cubierta de pasto a veces tan alto, que la avispa no pudo vencer la dificultad, porque se enredaba la araña con sus patas; pero dando un corto desvío llegó derechamente. El avispillo se va comiendo la araña, y cuando la ha consumido se halla ya en disposición de desembarazarse de la tierra que le cubría; y de marcharse a volar, sin haber visto a su madre la cual irá naturalmente a criar más hijos en otros lugares, porque yo no he observado que críe más de uno en cada paraje. La especie es muy escasa.

17. La tercera es común, amarilleja y del tamaño que la de España: con la boca hace unos canutillos penetrando las paredes de tapia y de ladrillo no cocido que están al abrigo de la —69→ lluvia. En el fondo deposita a su avispillo y le alimenta con gusanos verdes, muertos a picotazos introduciéndolos por la cabeza. Se hallan a veces muchos de estos canutos o agujeros inmediatos, y presumo que cada avispa hace muchos, no los cierra, suministra los gusanos cuando son menester.

18. La cuarta, fabrica con barro tres o cuatro cantarillas esféricas menos la parte por donde están pegadas a las ventanas, resguardadas de lluvia, deposita en el fondo el avispillo, y le va alimentando con los mismos gusanos que la precedente, intro[du]ciéndola por el gollete que está arriba, y tiene la figura de embudo.

19. Para mí es cosa singular el que estas cuatro últimas avispas sean tan solitarias, que nunca he visto dos juntas. También es el ignorar quien las fecunda, y el que no tengan panal o domicilio fijo, si no mientras crían. Aun se nota en estas avispas, que el veneno de sus aguijones, preserva de la corrupción pues de no ser así se corromperían en aquellos países tan cálidos las arañas y gusanos picados con que viven algunos días los avispillos hasta que son adultos. Si se hallase un medio de recoger o de imitar semejante veneno, podría esperarse que sería un eficaz preservativo contra la gangrena y que podría aplicarse interiormente sin riesgo pues los avispillos lo comen en las arañas y gusanos.

20. Como el Paraguay y Río de la Plata no son países fríos, se puede sospechar que la temporada de criar las hormigas sea más larga que en España; por lo menos por ella salen y trabajan las hormigas todo el año, menos tal cual día de frío. Por eso no hallo extraño el que haya a mi parecer allí no solo más especies de hormigas, sino que cada una de ellas tenga más hormigueros y más numerosos en individuos. Se comprueba esta idea sabiendo que viven únicamente de hormigas dos especies de cuadrúpedos grandes y forzudos y aun muchos tatús. Pero también creo que las hormigas van a menos, en razón de la cercanía al Estrecho de Magallanes.

21. La hormiga llamada araraa, abunda infinito en el Paraguay; pues no solo están de ellas llenas los troncos gruesos —70→ de los bosques y las maderas cortadas, sino también los delgados si tienen la corteza agrietada. Y como las paredes de las casas campestres son de palos clavados en tierra muy juntos y tapados los intermedios con barro que se raja al secarse, los araraas26 entran y salen sin cesar por todas las grietas. La magnitud del araraa varía bastante en el mismo hormiguero o paraje, y los mayores se acercan en tamaño a las mayores hormigas que he visto en España. Su color pardo obscuro es algo más claro en lo postrero del cuerpo, donde aparenta tener vello. Es la más veloz y camina comúnmente a embestidas, deteniéndose como para observar. Corre los troncos, ramas y paredes y también por el suelo, para ir a buscar otros, y no he visto que acopie alimento, sino que come lo que encuentra, pero no hojas ni semillas. En las casas no sé que toque sino el azúcar, comunicándole mal gusto y olor. No fabrica hormigueros, ni saca tierra ni madera, y vive en las rendijas. Tampoco forma aquellas procesiones bien ordenadas que otras, ni he visto que tenga alados o aladas; siendo presumible que no las tiene cuando no se las ve acopiar comida.

22. Una de las menores habita dentro de las casas, ya sean estas campestres o estén en las mayores ciudades, aunque ignoro su guarida, y si la tiene fija, como también si acopia víveres, y si tiene aladas. Pero lo cierto es, que obran acordes y que van en procesión adonde encuentran carne, azúcar o dulces, que son las cosas que más les gustan, igualmente que las frutas, más no sé que hagan caso de hojas y semillas. En muchas casas es imposible conservar azúcar ni almíbar, y para precaverlos, los ponen sobre una mesa, y cada pie de esta dentro de un lebrillo de agua. Comúnmente basta esta precaución; pero también he visto que agarrándose unas a otras las hormigas formaban sobre el agua un puente largo un palmo, ancho un dedo y que las demás pasaban por encima a la mesa. Si esta se cuelga, suben las hormigas al techo hasta encontrar las cuerdas y bajan a comer por ellas. También se ha probado, infructuosamente, envolver con lana y orines los pies de la mesa; no pasan por el alquitrán mientras está fresco. Es bueno llevar el dulce a otro cuarto distante por que tardan a encontrarlo; pero si se lleva con él a alguna hormiga, luego van otras. —71→

23. Hay otra hormiga en el Paraguay, no en el Río de la Plata, que estrujada huele mal y por eso la llaman fairé que significa hormiga hedionda. Nadie sabe a dónde reside, ni qué es lo que ordinariamente come, porque no se ve sino cuando sale. Lo hace casi siempre de noche y anticipando dos días a una grande revolución de tiempo, y se desparrama la multitud, ocupando todo el suelo, techo y paredes del cuarto por grande que sea. No dejan cofre, grieta ni agujero que no registren, y en breve rato se comen las arañas, grillos, escarabajos y bichos que encuentran. Si tropiezan con un ratoncito echa a correr; pero si no acierta a salir del cuarto, se le van pegando cuantas hormigas pisa, y sin soltarlo le van comiendo hasta que al fin le sujetan y consumen. Dicen que practican lo mismo con las víboras, lo cierto es que al hombre le precisan a salir de la cama y del cuarto corriendo. Por fortuna se pasan meses y aun años sin que vuelvan a parecer. Me dijeron que para sacarlos del cuarto, bastaba encender en el suelo una cuartilla de papel: lo practiqué y en pocos minutos marcharon sin quedar una. Me ocurrió una vez escupir sobre algunas de las que andaban por el suelo, y huyeron todas en poco tiempo, cosa que repetí después en dos ocasiones con el mismo efecto. Su figura es regular, negra, de mediana magnitud y su cuerpo no tan duro como el común de las hormigas. No la he visto acopiar comestibles, ni sé que tenga aladas e ignoro todo lo demás.

24. Una mediana negrizca y blanduja que se estruja fácilmente, habita únicamente los árboles, con preferencia los frutales y parras, donde sin comer uvas las ensucia con sus excrementos. Me persuado que no tiene otros hormigueros o madrigueras, que no acopia comestibles y que carece de aladas. Aunque sospecho que engendra a unas orugas que se ven en las hojas dobladas.

25. La mayor, que será como tres o cuatro de las más grandes de España, es muy escasa, negra, lindamente manchada de rojo vivo, y tan dura, que es menester fuerza para estrujarla. Siempre la he visto ir sola sin conducir comida, y no sé si tiene madriguera común con otras, ni lo que come, ni si tiene aladas. —72→

26. En los terrenos bajos que a veces se anegan, se encuentran montones de tierra cónicos, poco duros, y como de una vara de altura muy cerca unos de otros. Son obra de una hormiguita negrizca, y creo no salen del hormiguero con motivo de comer vegetales ni otra cosa. Las inundaciones las fuerzan a salir, y las de cada hormiguero forman un pelotón arredondeado como de palmo y medio de diámetro y cuatro dedos de grueso. Así se sostienen mientras dura la inundación sobre el agua; y para que la corriente no se las lleve, se agarran algunas a una yerba o palito, hasta que pueden volver a su guarida. Muchas veces las he visto formar puentes como el citado en el número 22. En sus pelotones no se ve una alada, ni es creíble se hayan quedado en unas habitaciones inundadas donde las hormigas no han podido permanecer. Creo que solo comen tierra, y que son las que con preferencia busca el norumi para alimentarse de ellas.

27. Otra pequeña rojiza, forma de la tierra que saca un montón arredondeado de más de media vara de diámetro y la mitad de altura: creo coma tierra, pues no he notado salga para comer. Para multiplicar los hormigueros, una colonia de ellas se transfiere de noche por camino subterráneo, fabricado tan superficialmente, que con frecuencia se conoce haberse caído la bóveda. Cuando las huevas o crisálidas están ya bien formadas, sacan las hormigas de lo interior motas de tierra y las colocan sobre el hormiguero formando una costra o bóveda tal, que fácilmente la penetran los rayos del sol para calentar y vivificar dichas crisálidas que colocan debajo de la costra sin que esta las oprima. Si se observa por la mañana que las crisálidas están bajo la bóveda, no hay que temer el agua aquel día, aunque haya nubes, y creo que la hormiga conoce el tiempo a lo menos con un día de anticipación. Deshaciendo estas bóvedas, he notado siempre que las hormigas no pierden un momento en recoger a los hijos, en reparar el destrozo y en acometer al agresor. Al mismo tiempo se observa que las aladas están como aturdidas sin auxiliar a nadie, ni cuidar de las crisálidas, y que apenas aciertan a ocultarse ellas mismas. —73→

28. La cupiy es muy numerosa, blanquizca, bastante grande, de piernas más gruesas y más echadas a fuera que todas, y la más torpe para caminar. Sus madrigueras llamadas tacurús, tienen diferentes formas, según donde están. Si es en árbol (que ha de ser grande, grueso, viejo y algo secarrón), lo fabrica el cupiy en el tronco principal o en el de alguna rama muy gruesa, dándole la figura de un tolondrón, negro, arredondeado hasta de tres palmos de diámetro, y compuesto, por dentro, de innumerables exfoliaciones que separan la multitud de caminos embarnizados, anchos y bajos de techo. Todo esto se construye con la sustancia del tronco. Desde el tacurú principian las galerías del grueso de una pluma, sobrepuestas a lo largo del tronco de las ramas y cubiertas con bóveda de engrudo. El insecto no come las hojas, flores ni frutas, ni las ramitas delgadas, sino los troncos o su sustancia hasta que el árbol cae consumido. Si el cupiy se establece en alguna casa, forma del modo dicho el tacurú en una viga y taladrando las paredes de tapia y de adobo crudo, busca otras maderas y las consume, sin que se sepa un medio de ahuyentarle o exterminarle totalmente. Si se fija en cañadas arcillosas, hace el tacurú durísimo de la misma arcilla en media naranja como de tres palmos de diámetro y tan cerca unos de otros, que a veces solo distan tres o cuatro varas en dilatadísimas extensiones de campo. Pero si le edifica en lomada de tierra rojiza, el tacurú es cónico como de cinco palmos de diámetro y hasta seis u ocho de altura, con sus caminos por dentro barnizados de negro. Los tatús se introducen escarbando en los tacurús y se comen los cupiys.

29. Estos nunca salen al descubierto, ni comen sino tierra o madera: sus aladas tienen seis alas, y son muy negras, [son]27 mayores que los cupiys con pies más delgados y derechos. Salen a borbollones de los grandes tacurús por una raja horizontal de un palmo abierta a propósito; y en una ocasión me detuve más de una hora sin ver el fin de la erupción. Casi todos los pájaros, incluyendo halcones y gavilanes, comen estas aladas, y también las arañas, grillos, etcétera. —74→

30. No es creíble que salgan las aladas a buscar comida, porque alimentándose solo de tierra o madera, no pueden faltarles estas donde están. Podría presumirse que son echadas a fuerza por los cupiys a quienes podrían incomodar; pero como se observa que las erupciones preceden siempre a una notable mutación de tiempo, y que las aladas se unen en el aire luego al salir, parece que no salen descontentas, y que su emigración tiene alguna otra causa que la motiva. Sea esta la que fuere las tales erupciones de aladas no tienen por objeto el fabricar otros tacurús, porque son incapaces de semejante operación, porque perecen luego todas o cuasi todas las aladas, y porque los cupiys son los que multiplican los tacurús por minas subterráneas más largas que lo que se debía esperar del insecto; pues una noche noté que salieron minando en mi cuarto a donde no pudieron llegar sin haber minado a lo menos diez y ocho varas.

31. El cupiy puebla millares de leguas cuadradas y parece imposible que haya podido extenderse tanto por medio de sus minas, especialmente cuando se caminan muchas veces algunas leguas sin encontrarlo. Lo mismo puede decirse de todas las hormigas e insectos, principalmente de las moscas, garrapatas, grillos y otra multitud que son comunes a Europa y América.

32. Volviendo a las hormigas, hay otra rojiza y grande, que con la tierra que saca forma un montón en segmento de esfera, cuyo círculo tiene de cuatro a cinco varas de diámetro, con una de altura. Aunque de lo dicho puede calcularse la cavidad interior del hormiguero, basta saber que pasando una mula sobre uno que se había ablandado con las lluvias, se hundió de modo que estando en pie, solo se le veía la cabeza desde la distancia de veinte pasos. En la superficie del hormiguero, hay distribuídos multitud de agujeros que miran a todos vientos, y en cada uno principia una senda limpia, ancha dos pulgadas, y que se extiende rectamente como 200 pasos. Por cada senda va una procesión de hormigas y vuelve cargada de pedacitos de hojas, porque las semillas escasean en países incultos. Siendo las procesiones tantas como las sendas, y todas estas —75→ divergentes, es de presumir que en cada hormiguero hay otras tantas sociedades. Caminando en enero por las cercanías de Santa Fe, donde abunda extraordinariamente esta hormiga, hallé tal erupción de sus aladas volando que marché tres leguas entre ellas. En dicha Santa Fe suelen hacer tortillas de la parte posterior de su cuerpo que tiene mucha gordura y buen gusto.

33. Solo en las costas de los bosques y entre los matorrales del Paraguay, he notado que otra hormiga saca tierra roja y haciendo un montón que se endurece mucho y que sobre el montón forma uno o dos tubos de tres a cuatro pulgadas de diámetro largos de uno a dos palmos, y verticales, por donde salen y entran las hormigas rojizas grandes que parecen pocas, pues no hacen senda ni forman procesiones. No concibo la utilidad de unos tubos que dificultan la entrada del insecto y facilitan la de la lluvia: ignoro lo demás.

34. Otra también rojiza, grande y poderosa, fabrica en los campos un socavón redondo de una vara de diámetro y como la mitad de profundo. Su boca está enmedio de lo alto, redonda de un palmo, y cubierta solo con grande espesura de pajas largas una pulgada, que permiten la entrada de la hormiga, no la del agua. Acopia muchas hojas verdes en pedazos, y creo que comería semillas y que tiene aladas, aunque no las he notado.

35. Otra mediana y rojiza abunda y hace tales destrozos en las huertas, como que en una sola noche quita todas las hojas de una parra, naranjo u olivo frondoso. Para esto suben unas y despedazando las hojas, las dejan caer al suelo para que otras las lleven al hormiguero. Donde las persiguen mucho como en Buenos Aires, ocultan tanto su guarida, que se encuentra con dificultad. A veces la disponen bajo del piso de los cuartos, taladrando las paredes de las casas que son de ladrillo y barro; y si lo fabrican en el mismo huerto es siempre de noche, muy hondo donde esté menos expuesto a la vista y no haya labor; alejando y esparciendo tanto la tierra que sacan, que nadie puede conocer haya habido excavación. Todas están —76→ ocultas de día, menos una u otra que nada conduce, y abunda mucho en aladas.

36. Aunque creo no haber hablado de todas las hormigas, y aunque mis apuntaciones sobre ellas no estén hechas con el cuidado que las de los cuadrúpedos y pájaros, lo dicho basta a lo menos para entender que su familia merece ser observada, tanto porque sus especies son muchas, cuanto por sus notables diferencias. En efecto las hay que hacen y otras que no hacen hormigueros. Entre estas unas aprovechan las grietas de paredes, y troncos, y otras parecen errantes sin domicilio. Algunas nunca salen de su casa comiendo tierra o madera; y entre las que salen unas acopian comestibles y otras no: aunque muchas tienen aladas las hay que no las tienen.

37. Cuentan de las colmenas de Europa, que cada una tiene una sola hembra llamada Reina o maestra, porque todo lo gobierna y dispone, la cual es fecundada por una multitud de zánganos, y que todos los demás individuos de la colmena son neutros o carecen de sexo; que están destinados únicamente a los trabajos, y a arrojar fuera los zánganos, luego que han cumplido su único oficio.

38. Lo mismo creen algunos que sucede con las hormigas, y que las aladas son las representantes de la citada maestra y sus zánganos. Pero esta idea no puede aplicarse a las hormigas que no tienen aladas ni a las que acopian provisiones. Además que un enjambre que sale de la colmena lleva maestra, operarios y cuanto es menester en el nuevo establecimiento que efectivamente hace; cuando en los de aladas no hay sino individuos inútiles para el trabajo, incapaces de formar un nuevo establecimiento. Así perecen todos, menos los que tengan la fortuna de introducirse en algún hormiguero sin que se pueda adivinar otro motivo de su erupción que el instinto de ejercitar sus alas.

39. La chinche es desconocida de los indios silvestres, y aun la desconocieron los españoles del Paraguay hasta el año 1769 en que suponen la condujo de Buenos Aires un gobernador en su equipaje. —77→

40. En Buenos Aires abunda infinito la pulga todo el año, no tanto en el verano; pero en el Paraguay solo la he notado en invierno. De aquí deduzco que le es insoportable el excesivo calor, y que quizás no podrá haber pasado de la América del Norte a la del Mediodía.

41. La nigua y pique tan conocida en la zona tórrida americana, existen en el Paraguay; pero no pasa los 29 grados de latitud. Yo jamás la he notado en los desiertos ni en los cuadrúpedos silvestres, pero luego que el hombre hace su habitación en el campo, se ven muchos piques en la basura; y si en los bosques más lejanos y desiertos establece un beneficio de maderas, se engendran infinitas niguas entre el aserrín y las astillas.

42. La vinchuca es una cucaracha o escarabajo nocturno que nunca he visto al Norte del Río de la Plata; pero que incomoda mucho a los viajeros desde Mendoza a Buenos Aires, chupándoles la sangre. Se llena de ésta su cuerpo oval y aplatado hasta ponerse como una uva; y después de haberla digerido, la expele hecha tinta negra que ensucia indeleblemente la ropa blanca; las adultas son largas media pulgada, y vuelan. En todas las campañas se encuentra un insecto o pequeño escarabajo que estrujado hiede como la chinche. Por cuatro noches de enero acudieron tantos escarabajos medianos a las casas de Buenos Aires, que al abrir las ventanas al día siguiente se encontraban los balcones llenos de ellos, y era menester limpiarlos con escobas y espuertas. Lo mismo se veía en la calle a lo largo de las paredes donde estaban entorpecidos.

43. En el Paraguay principalmente hay escarabajos de muchas especies de bellos y ordinarios colores, diurnos y nocturnos, de todas magnitudes y algunos grandísimos. No he notado que se tomen la pena que los de España de hacer rodar una bola de excremento, sino que escapan debajo unas cuevas en donde depositan huevos, para que los hijos tengan pronto la comida. Suspenden la postura de un huevo hasta que encuentran lugar propio para depositarlos bajo de los excrementos y de los cadáveres; solo las hembras trabajan en proporcionar lecho —78→ y alimento a su prole; hecho su depósito se marchan y no le vuelven a ver. También indica esto que todo lo que toca a la generación y a sus resultas, y quizás a muchas prácticas de los insectos y cuadrúpedos, penden de su organización, como el sueño que todos le disfrutan sin aprenderlo. Su olfato es tan fino, que han acudido muchos escarabajos, antes de levantarse el que hace sus necesidades en el campo. Había en el postigo de mi casa un ratoncito muerto cuando llegó a reconocerle un grande escarabajo, que volando dio vuelta y encontró entre los ladrillos el lugar más inmediato donde poder escarbar. Luego rempujando con la cabeza le condujo, y con prontitud admirable hizo un agujero en que se fue introduciendo el ratón por la cabeza sin otro impulso que el de su gravedad, hasta quedar totalmente metido y oculto. El escarabajo se marchó para no volver más dejando su prole pegada al cadáver. Hay dos escarabajos que despiden de noche luz: el menor por lo postrero del cuerpo, avivándola más o menos, y el mayor llamado alua, por dos agujeros como ojos que tiene sobre el cuerpo. Tomando con la mano al último, da luz para leer una carta de noche.

44. En las casas, árboles y campos se encuentran en mi juicio, no solo todas las especies de araña que en España, sino aun muchas más, principalmente en el Paraguay. Allí hay una velluda, parda, obscura y larga como dos pulgadas que tiene dos uñas o largos colmillos huecos. Habita un agujero que escarba en tierra entre el pasto de los campos, barnizándole con una telita sin hacer telar fuera. Cuando se la sorprende fuera de su cueva, se levanta sobre las piernas poniendo el cuerpo vertical y esperando al agresor. Los guaranís la llaman ñandú (avestruz) y aseguran que su mordedura no mata, pero que causa hinchazón y fuertes convulsiones. Otra, del tamaño de un grano de culantro, fabrica en el Paraguay, y hasta los treinta y dos grados, capullos esféricos naranjados de una pulgada; los suelen hilar y tejer, porque aun lavados conservan el color. Pero se advierte en las hilanderas, que destilan agua por los ojos y narices, sin que por esto perciban dolor, incomodidad, —79→ ni mala resulta. Otra, se pega de noche sin sentir a los labios y los chupa, resultando una postilla al día siguiente.

45. Aunque las arañas sean generalmente solitarias, hay en el Paraguay una que vive en sociedad de más de ciento. Es negrizca, del grueso de un garbanzo y hace su nido mayor que un sombrero. Se coloca en lo superior de la copa de algún árbol muy grande y frondoso o en el caballete del tejado; siempre con el cuidado de que tenga algún abrigo. De él salen, todo en contorno, muchos hilos blancos, gruesos, fuertes, largos de veinte a veinte y cinco varas; que podrían hilarse, y que están afianzados en las peñas o yerbas de la vecindad. De unos hilos a otros, pasan nueve hilos muy sutiles horizontales y otros verticales, en donde se enredan las moscas e insectos de que viven, comiendo cada una lo que pilla. Si junto a su domicilio pasa una calle o camino, tiene la araña el cuidado de no embarazarlo con sus hilos levantándolos. Todas perecen a la entrada del invierno, dejando en lo más abrigado del nido los huevos que se vivifican en la primavera.

46. En el suelo inmediato a las paredes o a las peñas, donde hay arena seca muy fina al abrigo de las lluvias, se cría el insecto llamado hormiga león, según creo torpísimo para caminar, pero que con una habilidad para mí incomprensible, forma un embudo ancho arriba disponiendo los granos de arena de modo, que si una hormiga u otros insectos tocan el más alto, resbalan todos hasta el fondo, donde reside oculto y solitario el artífice que devora al que resbaló.

47. Hay en el Paraguay un gusano de dos pulgadas, cuya cabeza, de noche, parece una brasa de fuego rojo muy vivo, y que tiene además a lo largo de cada costado una fila de agujeros redondos por donde sale otra luz más apagada amarillaza. También hay otro muy grande con el cuerpo matizado de matorrales altos de tres a cuatro líneas, negros y perpendiculares a la piel, componiéndose cada una de diferentes ramas, y cada uno de estas tiene cerdas en vez de hojas. En algunos tunales silvestres, se encuentran otros insectos, cuyos nidos suelen recoger para teñir de rojo. —80→

48. En todas partes abundan más o menos alacranes, grillos, cucarachas, gorgojos, polillas, tábanos y mosquitos de muchas especies, moscardones, moscas, gusanos y bichos. Yo encontré un ciento pies largo de cinco a seis pulgadas, grueso a proporción, y lo corté por enmedio con el sable, admirándome de ver que las mitades caminaron un palmo separándose, volviendo luego a juntarse sin que se conociese la unión, pero no sé si efectivamente se hizo la soldadura. Cuando las garrapatas son muy chicas, están en racimos colgadas de las plantas y ramas bajas, y se pegan al que pasa, causándole una picazón insufrible sin que se vean hasta que están llenas de sangre y se caen. El tábano común que creo vive solo 28 días, abunda tanto, que suele cubrir totalmente a los caballos y a los hombres; pero un moscardón amarillazo y muy común que cría en agujeros que hace en la arena, come muchos en poco rato. La mosca que depone gusanitos abunda tanto, que es preciso quitar los gusanos a las terneras y potros recién nacidos a lo menos una vez a la semana, para que no perezcan comidos, por el ombligo, en el Paraguay y Misiones, donde tampoco pueden vivir los perros silvestres, porque como se muerden cuando hay perra en brama, perecen todos agusanados. Yo he visto a más de dos hombres sufrir los más violentos dolores de cabeza algunos días, hasta que arrojaron por las narices de ochenta a cien gusanos grandes, de los que esta u otro mosca les habían depositado mientras dormían después de haberles salido sangre por las narices.

49. Las mariposas son muchísimas, bellas y ordinarias, grandes y pequeñas, diurnas y nocturnas. Algunas acuden a la luz con tal abundancia, que no la dejan tener encendida. Otra pardusca grande llamada ura deposita una bala con gusanitos sobre la carne de los que de noche duermen desnudos sin abrigo, que se introducen sin sentir bajo la piel. De resultas aparece como un granito que pica mucho, se hincha alrededor y comienza a sentirse un dolor regular. La gente del campo que por experiencia conoce lo que es, masca hojas de tabaco, escupe encima, y comprimiendo fuertemente la parte con los dedos, hace salir de cinco a siete gusanos velludos, obscuros, largos —81→ media pulgada, sin que haya mala resulta. Padecen algunos en el Paraguay una especie de sarna, que en cada granito tiene un insecto del tamaño de una pulgada; y los extraen uno a uno con un alfiler para que cure el enfermo. De este modo le sacaron una vez sesenta a mi capellán. Parece que este insecto se origina de alguna disposición particular de los humores del cuerpo, como las lombrices del vientre.

50. Aunque hay muchas especies de langostas, y una que al volar parece suena un pequeño cascabel, solo trataré de la que lo devora todo, sin perdonar los trapos de lienzo, lana, seda o algodón ni a ninguna planta que yo sepa, sino la del melón y a las naranjas, aunque come las hojas del naranjo. Es rarísima esta plaga en el Río de la Plata, y también pasan bastante años sin que la haya en el Paraguay adonde arriba a primeros de octubre en bandadas tan grandes, que una me parece un nublado de lejos; y tardó dos horas en pasar. Estas bandadas no hacen mayores destrozos, pues aunque cuando se paran en tierra, lo comen todo, como es poco lo que se cultiva, lo salvan ojeándolo con ramas. Cuando se aumentan tales legiones, ya se sabe que no habrá langosta el año siguiente, sino acaso algunas bandadas como las mencionadas; pero si las legiones se paran en terrenos duros, y las hembras hacen con lo postrero del cuerpo unos canutos depositando en cada uno de cuarenta a sesenta huevos, principia entonces la aflicción. Se avivan los huevos por diciembre y nacen los langostinos negrizcos, que se reúnen en manchas muy apretados y ensanchan cuando crecen. Mudan después la piel tomando color verdoso con pintas negras, y lo devoran todo sin cesar de comer día y noche. A fines de febrero quitan otra vez la piel, desaparece lo negro, se visten de pardo, y se fortalecen sus alas, si bien aun no vuelan. Entonces cubren el suelo, a veces en tanta distancia, que yo caminé dos leguas sobre ellos. Finalmente sintiéndose ya con fuerzas, se suben a los árboles y matas cubriéndolas totalmente y están como inmóviles unos sobre otros sin comer a veces en ocho días hasta que llega una noche de su —82→ gusto, que ha de ser clara, mejor con luna y poco viento, y vuelan y se marchan sin que se sepa donde, aunque se presume hacia el Norte. No vuelven sino a lo más en octubre para repetir lo dicho al principio: no creo que el mundo padezca plaga tan mala ni comparable a esta.

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