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Juan Mauricio Rugendas o Johann Moritz Rugendas; (Augsburgo, Alemania el 29 de marzo de 1802-Weilheim, Alemania, 19 de mayo de 1858), pintor y dibujante alemán que vivió veinte años en México y Sudamérica.

Debido a problemas religiosos, su familia, originaria de Cataluña, España, había emigrado a la ciudad Augsburgo en Alemania, donde sus miembros formaron parte de una tradición artística de artesanos de relojería, pintores, calígrafos y editores de libros de arte.

Es considerado el pintor que ha reflejado Latinoamérica de forma más concluyente y polifacética; sus cuadros nos muestran paisajes, seres humanos, escenas de género, plantas y animales. El estadista y escritor argentino Sarmiento veía a su amigo Rugendas como el más escrupuloso cronista. En su opinión, Rugendas y Humboldt eran los dos europeos que mejor habían comprendido el espíritu de Latinoamérica.

La relación con Humboldt habría de marcar la vida y obra del pintor. Rugendas plasmó de forma gráfica las ideas de Humboldt sobre la representación artístico-fisonómica de la naturaleza tropical, logrando con su obra una posición privilegiada en el arte de su época que aún hoy sigue mereciendo. Durante la vida del pintor, el público apenas mostró interés por sus exóticos motivos. La ejecución técnica de los pequeños bocetos al óleo, de brillante colorido, fue en su tiempo muy criticada en Alemania. Sus pinturas del Nuevo Mundo, con pocas excepciones, se adquirieron para las colecciones reales de Prusia y Baviera –en el primer caso gracias a la mediación de Humboldt– y no tardaron en quedar relegadas al olvido en sus respectivos fondos pictóricos de Berlín y Munich.

Con la obra de Rugendas se extingue una notable familia de artistas cuya tradición se remonta hasta el año 1608. Por aquel entonces, los antepasados del pintor hubieron de emigrar de Cataluña debido a sus creencias religiosas. Se establecieron en la ciudad libre de Augsburgo, donde se forjaron una reputación como artesanos de relojería, pintores, calcógrafos y editores de libros de arte. Especialmente digno de mención en este sentido es Jorge Felipe I Rugendas, quien realizó unos logrados cuadros de caballos y batallas. Juan Lorenzo I se dedicó, por su parte, a motivos históricos, reproduciendo escenas de la Guerra de los Siete Años inspiradas en la obra de Chodowiecki. Juan Lorenzo II volvió a su vez a tomar las riendas de la editorial. Desde 1804 ejerció la docencia en la Escuela de arte y dibujo de Augsburgo, de la que no tardó en ser nombrado director.

Su hijo Juan Mauricio, el mayor de sus tres vástagos, nació en Augsburgo el 29 de marzo de 1802. Siendo todavía un niño, a la edad de cuatro años, ya daba muestras de un apreciable talento. Más tarde se familiarizó con los motivos con los que trabajaba su padre en la editorial; entre ellos se encontraban ilustraciones de las guerras napoleónicas, que habían sacudido Europa desde 1796 hasta 1815. El joven Rugendas contempló los cuadros, según testimonios de entonces, cuando Albrecht Adam, amigo de su familia, llegó a Augsburgo. Adam era pintor de la corte del virrey Eugène Beauharnais y había participado en la funesta campaña del ejército napoleónico en Rusia. Aquel hombre, de carácter abierto y cosmopolita, causó una viva impresión en Juan Mauricio. Se acordó que el joven pasara una temporada con la familia Adam en Munich para que tomara lecciones del maestro. Allí encontró todo el apoyo que sus padres habían esperado para él. Juan Mauricio se desenvolvió con tanta soltura en el ámbito artístico que en 1817 aprobó el examen de ingreso en la Academia muniquesa.

Asistió a las clases de pintura paisajística y de género impartidas por Lorenzo Quaglio II, especialidades que, de acuerdo con los criterios artísticos de la época, se consideraban de importancia secundaria en comparación con los retratos y la pintura histórica. A Rugendas no le satisfacía el programa de estudios, por lo que se esforzaba en buscar por su cuenta otros estímulos fuera de la Academia. En las cercanías de Munich, Ulm y Augsburgo esbozaba apuntes de paisajes que adornaba con figuras humanas y motivos arquitectónicos. También se interesó por el grabado y la litografía, técnicas en las que le introdujo su propio padre. Ya en 1816-1817 había prestado su colaboración a una serie de láminas a la acuatinta y había reproducido la Huida de Napoleón en Waterloo. Además pintó también motivos de animales, sobre todo estudios ecuestres de Jorge Felipe I Rugendas, así como una litografía a partir de un retrato que había hecho de su padre. En suma, realizó diversos retratos y escenas figurativas, llevando a cabo todo tipo de ensayos con distintos motivos, pero su evolución artística permanecía aún por decantarse. Su padre hubiera deseado enviarlo a Italia para que recibiera allí una orientación y estímulos nuevos, pero los recursos económicos de la familia no se lo permitieron.

El viaje a Brasil 1822-1825[]

El viaje a Brasil supuso la ruptura decisiva. Si bien no significó una gran experiencia artística como la que le hubiera aportado el contacto con la Antigüedad y el Renacimiento italiano, su visión del paisaje cambió de forma radical, ya que Rugendas conoció por primera vez el mundo de los trópicos. La oportunidad surgió cuando el encargado de negocios ruso en Brasil, el barón Langsdorff, comenzó a buscar, durante una estancia en Europa, un ilustrador para una expedición científica que, patrocinada por el zar, iba a adentrarse en la selva sudamericana.

Langsdorff poseía una hacienda al norte de Río de Janeiro, en la Serra da Estrela, donde se dedicaba a sus estudios de ciencias naturales. El lugar servía de refugio para viajeros y base de expediciones. Auguste de Saint-Hilaire, el príncipe Maximilian von Wied-Neuwied, Spix y Martius se habían detenido allí ya una vez. Estos últimos habían llegado al país con el séquito de la archiduquesa Leopoldina, esposa del sucesor al trono, Pedro, el posterior emperador, y en dieciembre de 1820 regresaron a Alemania con una amplia colección de muestras etnológicas, zoológicas y botánicas para la Academia Bávara de Ciencias. El barón Karwinski, conocido de la familia Rugendas y un experto en temas brasileños, amén de botánico y naturalista, habló de Juan Mauricio Rugendas a Langsdorff, quien lo consideró la persona adecuada para el puesto de dibujante de la expedición en atención a su forma de trabajar poco convencional, su formación y su carácter abierto.

Langsdorff y Rugendas concluyeron un contrato el 18 de septiembre de 1821. Al pintor se le garantizaba el viaje de ida y el de regreso, así como la estancia libre de gastos y unos honorarios anuales de 1.000 francos franceses, comprometiéndose a cambio a dibujar todos los motivos que se le encomendaran. Asimismo, se estipuló que los bocetos serían propiedad de Langsdorff, mientras que Rugendas podía realizar copias de los mismos, aunque debía contar con la aprobación de aquél para publicarlas.

Juan Lorenzo Rugendas participó en la redacción de los distintos aspectos del contrato. Informó, además, a Maximiliano José I de Baviera sobre el proyecto, ya que el rey había mostrado un interés personal por Brasil al apoyar las empresas de Martius y Spix y afirmó que Juan Mauricio podría ampliar los contactos que existían con aquel país. Por otra parte, Martius estaba al tanto de los preparativos del viaje y contaba con que Rugendas le enviaría desde Sudamérica dibujos para ilustrar sus obras de botánica.

A principios de enero de 1822, Juan Mauricio se embarcó en Bremen con destino a Brasil, y el 5 de marzo de 1822, desembarcaba en Río de Janeiro. La ciudad, con sus pintorescas montañas, su exuberante vegetación, sus jardines tropicales multicolores y su exótica población, habría de fascinarle. Rugendas se quedó en la capital, alojándose en casa del encargado de negocios austriaco. El pintor visitaba con frecuencia a Langsdorff, en su casa situada en la ladera de una colina al sudoeste de la ciudad. Rugendas recibió de él sugerencias e instrucciones que le permitieron familiarizarse con el país y sus habitantes. El contacto con otros colegas era crucial para el trabajo artístico, así que Rugendas trabó conocimiento con pintores franceses, cuya influencia era importante, pues el rey João VI los había llamado al país en 1816 para fundar una academia de arte en Río de Janeiro. Rugendas hizo amistad con Jean-Baptiste Debret y con los hijos del pintor Nicolas Debret y Adrien Aimé Taunay, a los que visitaba en su residencia junto a la cascada de Tijuca. Posteriormente, Juan Mauricio se trasladó a la finca de Langsdorff.

La hacienda Mandióca se extendía en una zona de gran riqueza vegetal ubicada a espaldas de Porto da Estrela. Sin embargo, el pintor no pudo disfrutar libremente de las bellezas naturales, pues hubo de enfrentarse allí a numerosos problemas. Langsdorff daba trabajo a 200 esclavos, por cuyas actividades se interesó vivamente Rugendas, que los contemplaba durante su trabajo y en sus horas de descanso. El artista se compadecía de sus condiciones de vida y debido a sus opiniones tuvo graves diferencias con su anfitrión. La expedición dio comienzo el 8 de mayo de 1824. Cuando atravesaba el estado de Minas Gerais, tras haber pasado por Barbacena, São João del Rei, Ouro Prêto y Sabará, Rugendas y Langsdorff se enemistaron, si bien se desconoce el motivo exacto de la disputa. Según lo dispuesto, el pintor estaba obligado a realizar buena parte de su trabajo antes de separarse del grupo, cosa que finalmente hizo. Su decisión puede considerarse acertada, ya que la empresa de Langsdorff no se vio coronada por el éxito. Adrien Aimé Taunay, sustituto de Rugendas como dibujante, murió ahogado en las aguas de un río de la selva. Se sucedieron los fallecimientos y las enfermedades, y el mismo Langsdorff tuvo que regresar a Europa en un estado próximo a la enajenación mental.

Rugendas contrató ayudantes y guías emprendió con ellos una pequeña expedición que pudo financiar gracias a los retratos ya encargados que iba realizando por el camino. El pintor y sus acompañantes atravesaron Minas Gerais, Espirito Santo, Mato Grosso y Bahia, luchando contra el cansancio y el clima insalubre. Para recuperar fuerzas, y debido también a que la estación de las lluvias dificultaba el avance, los expedicionarios tuvieron que pasar varios meses entre los indios de las selvas junto a las riberas del río Doce. Algunos motivos de la vida de los habitantes de aquellos lugares, entre ellos la célebre Danza de los purís, aparecen entre las interesantes ilustraciones que Rugendas dio a conocer más adelante.

En abril de 1825 el pintor estaba ya en Río de Janeiro, y en mayo regresó a Europa. Los frutos artísticos de sus tres años de estancia en Brasil fueron copiosos: en Río de Janeiro había reproducido el palacio de São Cristóvão, la cascada de Tijuca, la iglesia de Glória y otros lugares. Había contemplado a las gentes en las plazas y en las calles, tanto inmersas en su vida cotidiana como participando en los grandes acontecimientos. En diciembre de 1822 había asistido al desfile del cortejo de la coronación de Dom Pedro I por las calles de la capital brasileña. Fue también testigo de la fiesta que la iglesia celebraba en honor de Nuestra Señora del Rosário. En la finca Mandióca había plasmado escenas del quehacer habitual de los esclavos, realizando además dibujos de animales con el más absoluto esmero. La representación de la vegetación tropical se había convertido asimismo para él en otro motivo de especial importancia.

El principio de la colaboración artístico-científica con Humboldt[]

Tras su regreso de Brasil, Rugendas permaneció en París para gestionar la publicación de sus estudios pictóricos sudamericanos. Aunque todos sus intentos resultaron infructuosos, la estancia en la capital francesa tuvo para él una importancia definitiva, pues allí trabó conocimiento con Alexander von Humboldt, el descubridor científico de Sudamérica o Latinoamérica. Rugendas pudo mostrarle los bocetos realizados durante su viaje, recibiendo del naturalista los elogios más calurosos. Humboldt quedó especialmente admirado ante las representaciones de la vegetación, solicitando al artista que dibujara para él palmeras, bananos y helechos, con la finalidad de ilustrar el capítulo correspondiente a la Fisomomía de las plantas (de la proyectada reedición de su) Ensayo de una geografía de las plantas. Los ejemplares solicitados pertenecían, en opinión de Humboldt, a los tipos fisonómicos que, merced a sus marcados rasgos, confieren un carácter concreto a cada región.

Atendiendo a semejantes criterios, Humboldt había clasificado las diversas especies vegetales durante sus viajes por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México y Cuba entre 1799 y 1804. Primero había identificado 16 especies típicas, cifra que posteriormente amplió a 19, describiéndolas con toda clase de detalles en su obra Ensayo de una fisonomía de las plantas, donde además quería plasmar sus concepciones sobre la representación artística de la naturaleza tropical. Pretendía que se reprodujesen paisajes de consumados artistas de una forma tal que resultase adecuada desde el punto de vista estético y fuese, al mismo tiempo, científicamente informativa. De esa manera el pintor podía ayudar al investigador a reconocer las peculiaridades de la naturaleza tropical. Los paisajes debían contemplarse como organismos vivos, como una gran totalidad. Era preciso recoger en los dibujos la acción conjunta de los fenómenos naturales, como las condiciones climáticas y el crecimiento, así como acentuar las representaciones de las plantas y las siluetas de las colinas más características. Humboldt no conocía aún ningún artista que reuniera las condiciones para esta tarea. Fueron excluidos los pintores que desconocían la naturaleza de los trópicos y seguían en su trabajo los principios estilísticos académicos, pues se habían revelado poco idóneos para sus fines. Así lo demostraban obras tan conocidas como las realizadas por famosos viajeros, en especial las láminas pintadas en su viaje a Brasil por el príncipe Wied. Para plasmar sus ideas, Humboldt sólo tendría en cuenta a aquellos pintores que, prescindiendo de sus propias condiciones artísticas, se hubiesen dedicado a la reproducción realista de motivos exóticos. Los estudios que el científico había recibido de Rugendas alentaban sus esperanzas de que el pintor poseyera un innegable talento en este sentido. Humboldt se decidió, entonces, a iniciar una colaboración. Deseaba que en los dibujos que se le encomendasen, Rugendas acentuáse el desarrollo y crecimiento de las plantas. Las figuras debían mostrar claramente al espectador las dimensiones de lo representado. Rugendas realizó diversos bocetos, y Humboldt emitió su propio juicio: estableció dónde debían situarse las figuras, determinó la altura de las especies reproducidas y solicitó que se completasen algunos grupos de plantas. Rugendas introdujo las correcciones sin despreciar sus propios criterios artísticos. Tenía que dibujar también una gran composición de una selva tropical. Para lograr un mejor entendimiento, quería que Humboldt le orientase en la ejecución de sus trabajos, enviándole así algunos bocetos inacabados:

Si alguna de las láminas no resultase de su agrado, estoy dispuesto a modificarla o a mandarle, en su lugar, el original. Por lo que se refiere a los bocetos de jaramagos, cactus, araucarias, bambúes y mangles...recibirá usted lo que todavía no he terminado para que pueda opinar sobre su ejecución. (13)

El intercambio epistolar entre Humboldt y Rugendas se encuentra en la Biblioteca Estatal del Patrimonio Cultural Prusiano, Berlín. Sección de manuscritos.

Humboldt consideró que las ilustraciones encargados a Rugendas para su Fisonomia de las plantas eran extraordinarias, manifestando que los dibujos recibidos superaban en calidad sus previsiones. Al mismo tiempo, anunciaba la aparición del folleto publicitario para su nueva edición del »Ensayo de una geografía de las plantas«, en cuya versión alemana, impresa en la Geographische Zeitung, suplemento de Hertha, podía leerse el siguiente fragmento:

El Ensayo sobre la geografía de las plantas de los señores Humboldt y Kunth cuenta con al menos veinte calcografías, dedicadas a mostrar la vegetacion o la fisonomía de las plantas. Los grabados se han preparado a partir de los dibujos que el señor Rugendas realizó recientemente en la selva brasileña. Este joven artista, digno de todo elogio, ha vivido durante cinco años sumergido en las riquezas del mundo vegetal del trópico. Su sensibilidad se ha visto impregnada por el sentimiento de que, en la exuberancia salvaje de una naturaleza tan maravillosa, el efecto pictórico sólo puede conseguirse siendo fiel a la realidad y ateniéndose a las formas auténticas de que se nos ofrece.«

Humboldt encargó el grabado de las láminas a Claude François Fortier, quien en 1822 había transformado en calcografía una acuarela de la selva pintada por el conde Clarac, poniendo de manifiesto su talento para la reproducción en cobre de la vegetación tropical. La anunciada reedición de la obra de Humboldt no llegó a producirse. Los dibujos de Rugendas, que han vuelto a aparecer hace algún tiempo, constituyen un importante testimonio de una colaboracion artístico-científica a la que Latinoamérica, debe sus más bellas imágenes del siglo XIX.

Viaje a Chile[]

Luego de una estadía de cuatro años en México, fue expulsado de ese país por motivos políticos y partió rumbo a Chile.

En Julio de 1834 llegó a Valparaíso y consiguió los permisos correspondientes de parte del Presidente de Chile, José Joaquín Prieto para visitar el territorio de la República, con el objeto de levantar planos topográficos de aquellos lugares que tuviera por convenientes. De esta época datan esporádicos viajes que efectuó a Argentina, Perú y Bolivia.

Durante su estadía en Chile, fue autor de numerosas pinturas costumbristas entre ellas, la Llegada del Presidente Prieto a la Pampilla para la Fiesta Nacional de 1837, una auténtica crónica histórica. El artista donó este cuadro para la reconstrucción del país después del terremoto de 1835. También colaboró con Claudio Gay en la ilustración de las costumbres y paisajes del país, para los atlas de la Historia Física y Política de Chile. En 1839 instaló un taller en Valparaíso.

Su valioso aporte al estudio científico de especies naturales y de las características y costumbres de los pueblos americanos, fue premiado con importantes distinciones como la orden de Cavalheiro da Ordem Imperial do Cruzeiro otorgada en 1845 por la Corona de Brasil.

En 1845, efectuó su último viaje a Chile para luego dirigirse a Argentina, Uruguay y Brasil donde permaneció hasta 1847, año de su regreso definitivo a Europa.

El 4 de Marzo de 1854, el Rey Federico Guillermo IV le concedió la Orden del Águila Roja de Tercera Categoría.

Aunque nunca quiso desprenderse de los originales de los dibujos que ilustraron diversas publicaciones, porque pensaba editarlos en un gran álbum costumbrista, nunca contó con los medios o ayuda oficial y finalmente se vio obligado a venderlos antes de morir, al Rey Luis I de Baviera. A este hecho se debe que más de tres mil de sus obras pertenecen a colecciones alemanas.

Libros del autor[]

  1. Luiz Emygdio de Mello Filho; G. H. von Langsdorff; Johann Moritz Rugendas; Aimé Adrien Taunay; Hercules Florence. Expediçao ao Brasil: 1821-1829. Editorial: Rio de Janeiro: Alumbramento, 1998.
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